EL SUEÑO QUE ACOSA

Un sueño absolutamente metódico la acosaba. Un hombre con un sobretodo negro, largo hasta los pies, avanzaba por el jardín hacia la puerta de su casa. Llevaba un sombrero también negro que no le dejaba ver la cara. Sólo la sonrisa. Grande y hacia un costado. Levemente inclinada hacia un costado. Los pasos del hombre eran cortos y silenciosos, pero decididos.
Lo más trágico del sueño era que ella estaba con la puerta abierta y cuando veía al hombre, su cuerpo se inmovilizaba. Hubiera querido correr hasta el teléfono y llamar a la policía o cerrar las puertas y ventanas, pero no podía. Era esa sonrisa la que la dejaba irremediablemente inmóvil hasta el momento en que concentraba todas sus fuerzas y hacía un terrible esfuerzo. Entonces lograba llegar a la puerta de entrada. El hombre llegaba junto con ella y se enfrentaban sus ojos. Ahí terminaba el sueño.
Teresa vivía sola. Sus tres hijos estaban casados y Ángel había muerto hacía diez años. Nadie quería que estuviera sola en esa casa demasiado grande para una persona, pero ella aseguraba que el día que tuviera que dejarla se moriría. Tampoco nadie podía entender la razón por la que se sentía tan unida a la casa, ya que no se podía decir que tuviera recuerdos dulces que la ataran a ella.
Ángel había sido algo así como una bestia que sólo le había proporcionado sufrimientos. Siempre la había tratado como si la odiara. Y a pesar de todo ella lo había querido. Había perdonado y justificado todas sus canalladas. Y a los setenta años, seguía viviendo ahí sin hacerle caso a nadie. Ni el sueño persistente la había hecho desistir.
El sueño había aparecido por primera vez la noche del cumpleaños de Teresa. Había seguido invadiéndola una vez por noche durante dos meses. Después empezó a repetirse, dos, tres, cuatro veces cada noche. Y ella se despertaba agitada y con mucho miedo. Alguna vez hasta tuvo fiebre.
Teresa tenía la costumbre de ir a comer a la casa de sus hijos los lunes, martes y viernes. Una vez en cada casa. El martes se levantó tan decaída que se quedó todo el día en cama. A la noche, el sueño convivió con ella todo el tiempo. Empezaba y terminaba y volvía a empezar. Siempre exactamente igual. El hombre avanzando. El sobretodo largo y negro. El sombrero que le tapaba la cara. La sonrisa levemente inclinada hacia un costado. Su inmovilidad. Su esfuerzo. El encontrarse en la puerta. Una vez tras otra. Sin descanso.
El viernes sus hijos empezaron a alarmarse. Teresa no aparecía por ningún lado. Decidieron forzar la cerradura y cuando entraron, la vieron tirada en el piso, muerta, con grandes moretones en los brazos y en las piernas. Junto a la ventana del comedor, que estaba abierta, el sobretodo largo y negro y el sombrero de Ángel descansaban sobre el sillón.

Cuento del libro “DOMINÓ” de Alicia Cámpora - YAGUARÓN EDICIONES- 2004

EL EXTRAÑO ENVOLTORIO DEL LOCO PABLO (NOVELA)


Capítulo 1

--------------Te veo ahí, con unas ganas bestiales de llenar tus hojas en blanco y me parece imposible haberlo conseguido. No lo puedo creer. ¡Me costó tanto! No eras fácil de roer, para nada, más bien parecías impermeable a toda tentación.

--------------Todo empezó hace más o menos ocho meses. ¿Te acordás? Mucho tiempo, ¿no ? Demasiado tiempo para invertir en un futuro incierto. Estabas en una plaza leyendo el diario, sentado debajo del único banco con sombra. Creo que se la daba una casuarina.

--------------Pasé junto a vos que ni te fijaste en mí pese a que rocé tus zapatos con los míos, y hasta te pedí disculpas. Tus ojos permanecieron obsesivos en el diario. Sólo por un momento se detuvieron sobre mi cuerpo, pero ausentes, muy ausentes. Y te confieso que lejos de molestarme, me gustó esa ausencia. Uno de los míos, dije, y sonreí esperanzado. Desde entonces no pude dejar de pensar en vos. Él es el indicado, me repetía monótono. Él es el indicado, aunque vos te esmerabas en espantarme como si fuera un asqueroso moscardón cada vez que te rondaba. Y no sólo vos, ellos, los otros, los que también querían ganar un espacio en tus pensamientos, me espantaban. Pero como escuché decir por ahí, el que persevera triunfa, y como una de mis únicas virtudes es la perseverancia, triunfé.

--------------La primera vez que te fijaste en fue una noche de julio. Te estabas bañando. ¿Te acordás? Entré al baño y me senté en el inodoro frente a vos. No sabía si empezar directamente a hablar y mucho menos por dónde. Te saludé con la mano y te hice un guiño mientras decidía la estrategia. Pensé que lo mejor sería hacerte una demostración de mis habilidades como director de orquesta. Así nomás, sin darte explicaciones. Y puse tanta fuerza en mis manos que no fuiste capaz de rechazarme. Hasta entendiste mi música y empezaste a mirarme con cierto entusiasmo. Yo comprendí que tu mirada no estaría más ausente. Me habías descubierto.

--------------Mi nombre es Pablo, te dije, y te conté mi historia. ¿Te acordás ? Lo hice con todos los detalles, como me gustaba contarla, como quería que se conociera. Y sé que desde ese día me volví imprescindible para vos. Eso fue una suerte porque me ahorré muchos sacrificios. Ya no me fue necesario buscarte enloquecido por los bares, por las plazas o por las casas de tus amigos. No necesité despertarte en las madrugadas y esforzarme haciendo cualquier estupidez para que repararas en mí. Al contrario. Fuiste vos quien repetías mi nombre, entre ensimismado y ansioso, y observabas mis gestos. Me buscabas, me preguntabas. Hasta creí haberte llenado la vida en aquel momento, lo que me hizo sentir importante. Estoy seguro de que fue así, en aquel momento llené tu vida, aunque ahora te empeñés en demostrar lo contrario. No entiendo por qué nunca te gustó bancarte mis exigencias. Eso fue lo que nos distanció. Nunca soportaste que te persiguiera en cada letra que trazabas. Te volvías loco de rabia. Pero te digo una cosa, ¿sabés las veces que comprobé cómo te ponían de dubitativo mis miradas? Te sentías inseguro, muy inseguro, y a medida que el proyecto fue creciendo los enfrentamientos se acentuaron. Como dos lobos defendiendo su terreno, midiendo fuerzas. Pero ya no tiene importancia. Lo que vale realmente es que hoy estás ahí, con la máquina de escribir adelante y unas ganas bestiales de llenar tus hojas en blanco. Por lo tanto, lo más inteligente que puedo hacer es no ponerme loco, no dejarme llevar por la ansiedad, pero sobre todo, hacerte creer, con mi habilidad, que sos vos quien domina la situación. Después ya veremos. Hay tiempo todavía. Hay demasiado tiempo para intervenir si es que esto no camina como yo pretendo, que es como debe ser. Entonces sí podré intentar otras audacias, pero eso será recién cuando tenga tu voluntad en mis manos, cuando pueda manejarte como si fueras un trozo de arcilla, cuando te tenga tan atrapado que te resulte absolutamente imposible escapar, cuando estés tan avanzado en la historia que la sola idea de abandonarla, la sola idea de dejarme tirado por algún rincón te resulte estúpida. Porque para ese entonces ya habré llenado tus horas de vivencias, de angustias, de planes. Y como ya te dije, porque para entonces habrás dedicado mucho tiempo a mi historia y no querrás dejarme ni querrás que me vaya porque tu mente racional te dirá que sin mí te sentirías vacío. Y lo que es más importante, porque no soportarías que yo iniciara otra búsqueda, la de otro soñador, más dócil que vos, con el que alcanzaríamos el triunfo. Eso no podrías tolerarlo. Estás convencido de que soy un producto tuyo. Lo sé, como también sé que no lo regalarías a nadie. Es por eso que espero, agazapado. Por ahora te dejo volar a tu antojo y sólo cuando vea que no satisfacés mis proyectos, entonces sí que actuaré.


--------------Me lo largó sin titubeos, como si lo tuviera estudiado, como un vómito, mientras se desplazaba por mi escritorio con una naturalidad y confianza que, debo confesar, me molestaban. Me lo largó con la misma naturalidad y confianza con que se había fumado dos cigarrillos de los míos y se había tomado mi café. Pero mucho más me molestaba ese dominio que ejercía sobre mí. Era como si me paralizara, porque me hablaba y me miraba de un forma que parecía tragarme en la profundidad de sus ojos. Y una vez que me tragaba, se apoderaba de mi voluntad. Hacía que me sentara como sonámbulo frente a la máquina de escribir mientras él observaba riguroso cada letra tipiada y me dictaba párrafos y párrafos que no decían nada.


--------------"En la mañana gris de un otoño desgajado, paseando tranquilo y sin pensar en nada, llegué hasta esa placita. Por la banderola del teatro se escapó una música que me invadió hasta las tripas. Me senté en uno de los bancos y me quedé estático, escuchando.

--------------Yo no sé nada de música. Mejor dicho, no sabía. Ni siquiera podía distinguir si eran violines, pianos, violoncelos, o todos juntos, pero lo que sé es que esos sonidos me dejaron preso en el banco hasta que llegó el silencio.

--------------Mientras escuchaba esa música podía arribar a lugares exóticos, frondosos, con arroyos de agua clara. Mi cuerpo empezó a moverse siguiendo el compás. Mis manos, sobre todo, parecían impulsadas por una corriente eléctrica y seguían el ritmo de tal forma que era como si la música se estuviera escapando de ellas. Fue en ese momento cuando comprendí que yo era el mejor director de orquesta.

--------------Y desde ese día me resulta imposible no detenerme delante de la puerta del teatro y devolverle un poco de sus sonidos. Lo hago cada vez mejor. Lo que pasa, que no desperdicio ni un minuto. Practico y practico. En casa, en el trabajo, hasta cuando voy por la calle. Por eso puedo dirigir mi orquesta cada vez mejor.

--------------A la Mujer de Hielo tampoco eso le interesa. Cuando por casualidad la encuentro y la llamo para hacerla escuchar, se hace la que no me oye. O escapa como si yo fuera un monstruo que se la quiere tragar. Y entonces me quedo preguntándome por qué a algunos nos serán puestos sólo ripios en el camino. Camino lleno de ripios. Siempre los encuentro frente a mí, cualquiera sea el rumbo que elija. Y entonces no puedo seguir a la Mujer de Hielo. Me canso y me quedo absolutamente laxo, y me desvío y me esfuerzo, y me pierdo en extensos y misteriosos laberintos. Insoslayables. Opacos. Y entonces, mustio y dormido quedo en algún lugar.

--------------A veces me despierta un búho. Otras, alguno de los pájaros que hicieron nido en el hueco de mi ventana. Al despertar aparecen otra vez los ripios y vuelvo a cansarme. Y vuelvo a perderla. Siempre la pierdo a la Mujer de Hielo. Y no me queda más que contar las corcheas, las blancas, las negras, las fusas y las semifusas y darles ritmo y hacerlas bailar en el pentagrama. Enloquecerlas. Excitarlas hasta que se escapen de él y se metan por la punta de mis dedos en la sangre. Y una vez bien revueltas, las puedo expulsar al aire en forma de melodías disonantes para que invadan desde el rincón más oculto de mi habitación hasta el espacio más abierto de la calle.

--------------Pero no me importa que se escape la Mujer de Hielo. Algún día, en algún momento, también ella se va a retorcer pidiendo perdón. Y lavará mis heridas con agua limpia. Y cuando se acerque aprovecharé para preguntarle por qué tantos por qués.

--------------No sé si responderá a mis preguntas, pero con seguridad, sentirá la soledad de los días y las noches cuando el dolor y la culpa la carcoman. Cuando entienda que mis sentimientos quedaron intactos. También mis ideas. Tanto se mantuvieron intactas mis ideas que me llaman el Loco Pablo.

--------------Algún día entenderá la Mujer de Hielo. Yo lo sé. Y antes de que eso pase y me necesite florecerán las flores más perfumadas y esplendorosas en nuestro jardín. Se cubrirá de sol mi pieza húmeda y olerán a azahares todos los yuyos de mi casa"


--------------Y me vuelve loco, no sé qué pretende de mí. Como si yo pudiera transcribir cada palabra, como si fuera posible seguirlo en ese delirio increíble que le hace decir cosas incomprensibles. Encima, lo tengo siempre ahí, con la profundidad de sus ojos juzgándome. Y pese a mi ineptitud para darle curso a sus ideas y a mis pocas ganas de ser un simple amanuence, persiste en sus exigencias. Elabora frases. Intenta monólogos, todos absolutamente indescifrables, la mayoría de las veces.


--------------"Un durazno floreció en agosto. Los de la otra planta, en septiembre. La vid perfumó el aire del campo. Hasta el limonero del patio, raquítico y quebradizo, se llenó de frutos cuando sonó el timbre. En mi cara surgieron rosas y brillantes inesperados y mis venas se inflamaron hasta explotar. Abrí la puerta y todo el espacio era ella. Su perfume de antaño, de cuando me ahogaba entre su pecho, se filtró irremediablemente y me desvanecí. Fue poco el tiempo en que estuve tendido en el piso esperando sus palabras que no llegaron. Fue una eternidad la que estuve tirado en las baldosas heladas escuchando palabras que jamás había escuchado. No importa. No importa. ¡No importa!, grité millones de veces encerrado en el baño para que nadie escuchara

--------------Fue cuando desperté y no estaba ella, ni su olor, ni su voz. Ahí la vi. Estaba la Virgen Negra, como me gustaba llamarla, que arremetió con su historia de mina abandonada y al fin supe que no era el único desgraciado. Ella también era desgraciada. Entonces le conté de la montaña aquella, mi gran oso quieto y sufriente, mi oso fortificado a sangre y lágrimas, mi oso sin risas, mi oso encadenado en el centro mismo de este universo nuestro. ¡Qué dolor nuestro universo! Nunca tan vacío como entonces, nunca tan carente de orgullo y tan pobre. Es que mi gran oso quieto, veía desde allá , desde su altura. Veía inocentes carteles y hombres y mujeres aterrados y fogatas y cadenas y llantos, escuchaba el oso quieto. Llantos, después que pasaban las sombras altaneras y feroces queriéndose tragar el centro y el universo nuestro todo. Se creían dueñas absolutas aquellas sombras. ¡Pobres sombras! Maléficas. Dañinas. Sádicas sombras. Ellas entristecieron los ojos rocosos de mi gran oso quieto. Pero después se alegró y después volvió a sufrir y entonces vio la nieve y el frío y las madres y los brazos extendidos. También oyó muchas cosas mi gran oso quieto pese a la extensa lejanía. Oyó los cañones y el paso rastrero de las orugas y el rugir de tantos puntos negros opacando el cielo. Estoy seguro de que también me vio a mí o me habrá imaginado de rodillas, llorando y preguntando por qué, por qué así nos dieron la noticia.

--------------Puede durar un mes, un año, cuatro años o cuarenta años, escuché decir con voz enervada y segura, y un poco más tarde, a mucha más viva voz, cuatrocientos, cuatro mil, cuarenta mil muertos, escuché decir y lloré y vibré junto a miles y millones de cuerpos calientes que sentían reverdecer amores guardados desde la más tierna infancia.

--------------Y eran tantas las voces que se alzaban, con tan variados matices. Pero festejamos juntos como hacía tiempo no lo hacíamos, festejamos en medio de goles concretados y frustrados, ataques y fiestas patrias. Todos festejamos en tierra firme, mientras que en aquellas extensas y blanduzcas mesas de billar, allá en el lugar desconocido, ojos inocentes y aguerridos, manos hambrientas y con frío, se desplazaban seguras o se quedaban inmóviles, un poco desconcertadas, un poco valerosas, un poco desarmadas en ese espacio extrañamente propio. Y aguzaban el ingenio y la bravura para seguir, para hacer lo posible, lo que se pudiera, lo que en tierra firme todos ansiaban, para retenerlas junto al corazón.

--------------No sólo debemos derrotarlos sino que debemos hacerlo de tal manera que su derrota sea tan aplastante que nunca más tengan esa atrevida idea de invadir nuestra tierra, se escuchó de un extremo a otro de la blanduzca mesa de billar. Y esa voz, como un eco serpenteante atravesó el agua y el aire y su firmeza llegó a tierra firme para fortalecernos el pecho, para hincharlo, para hacerlo estallar en llanto y valentía. Por eso es que esa tarde lloré arrodillado preguntando por qué, por qué nos daban así la noticia, de golpe, por qué si íbamos ganando, por qué si habíamos vivido con una angustia que nos corroía las tripas pero con el corazón lleno de imágenes bravías.

--------------Me revolqué en mi pieza lleno de impotencia y desencanto, desenrollé mis músculos que se habían mantenido anudados de dolor, desamordacé mi lengua y grité. Eso era otro revés, una nueva frustración. Hacía tanto que veníamos sumando frustraciones, pensé, que no era justo.

--------------Todo me lo banqué solo. Los pocos amigos que había tenido habían ido desapareciendo de mi lado, borrándose porque yo no los conformaba. Ninguno era tan ingenuo como yo. Nadie había creído nada. A Renata y a la Virgen Negra todavía no las conocía. Apenas las había visto una vez o dos en mis caminatas solitarias por las calles de la ciudad.

--------------Pero no todo es negro, siempre aparece una luz que ayuda a fortalecer el alma. Pronto empezaron a florecer gérmenes esperanzados y mi corazón y tantos otros revivieron ayudados por estímulos llenos de perfume. Y no quiero hablar más de esto pero me pasa que a veces me topo con los diarios, porque los guardo a todos y recuerdo y siento esos momentos y aquellos otros que carcomieron mis huesos y endurecieron mi cuerpo quebradizo hasta que lo quebraron. Lo que no consiguieron fue quebrar mi corazón que sigue siendo fuerte, muy fuerte, y amante de Renata y de la Virgen Negra y de la Mujer de Hielo también. Aunque a ella no le importe ni lo sepa. Algún día lo sabrá y, lo que es más importante, será una necesidad para ella que yo se lo cuente. Querrá que le narre paso a paso cada uno de mis días, cada minuto. Se defraudará tal vez, cuando le diga que de muchos de esos días no recuerdo casi nada. Pero creo que podrá adivinar mi dolor de entonces y comprender que si no recuerdo no será por falta de memoria sino solamente por haber pensado en mi salud mental. ¡Cómo quisiera tenerte, Mujer de Hielo! Tanto que soñé con vos, allá lejos, en el vientre mismo de mi gran oso quieto"


Capítulo 1 de la novela "El Extraño Envoltorio del Loco Pablo"- ALICIA CÁMPORA- Yaguarón Ediciones- 2001


ESA GENTE QUE PASA A MI LADO


Créanme que toda esa gente que pasa a mi lado tiene una historia digna de conocer, y que cualquiera de nosotros podría descubrirla con sólo meterse en los pliegues de sus cuerpos, que es donde todos escondemos nuestras historias. Pero yo voy a elegir sólo una para contarles a ustedes. Todavía no he decidido si será la del señor que está sentado en la mesa de la izquierda, la que da a calle Córdoba, y que lee el diario mientras espera que se enfríe el café, o la de esa mujer tan pintarrajeada que no para de fumar.
Creo que voy a desechar la de la mujer. Sí, ya lo he decidido. No me importa. Esas pitadas profundas y continuas no me hablan más que de angustias inmanejables. Y hoy no tengo ganas de hablar de angustias o de histerias provocadas por hechos insustanciales. Por eso voy a dedicarme al señor que lee el diario porque les aseguro que con sólo ver sus gestos y sus movimientos más ínfimos me siento en condiciones de contarles muchas cosas de él, como por ejemplo que una tarde cuando era muy niño abrió la puerta de su casa con una sonrisa que le atravesaba la cara, pero parece que se quedó mudo cuando vio que parada en esa misma puerta, con una mirada que lo llenó de miedo había una extraña que ... Les pido que me disculpen. No puedo seguir con esta historia. Les parecerá una falta de consideración pero les doy mi palabra que desde otra de las mesas me llega en forma de brisa tentadora la historia de alguien mucho más interesante. Quizás en este momento se sientan defraudados, pero créanme que les digo la verdad. Es una mujer. Tiene unos ojos grandes y hermosos a pesar del brillo que los años le han robado. Se ve claramente que está inquieta. Cada menos de dos minutos, con sus manos blancas y arrugadas se tira hacia atrás un mechón de pelo que le cae sobre la cara.
Supongo que ha llegado sola, al menos lo está en ese momento en que le pide un cortado doble al mozo. El frío húmedo de la calle se le debe haber metido en los huesos.
Desde mi lugar veo sus manos inquietas que no dejan de arreglar el pelo, revolver el azúcar de su cortado y jugar con el ticket. Mirándola me pregunto si me gustaría hablar con ella, y llego a la conclusión de que no solamente me gustaría hablar sino que quisiera que fuera unos años más joven para enamorarme de ella. Tiene una boca de labios carnosos. Lástima que le estén dibujando ese gesto de amargura porque pienso que en vez de amargura debería sentir felicidad por lo que le sucedió anoche. Antes de morir, él pensó en ella después de tantísimos años, y se lo hizo saber.
Lo había conocido cuando era casi una niña en el conservatorio de música al que iba sólo para no defraudar a su padre, un vasco porfiado y autoritario que manejaba a cada uno de los miembros de la familia como si fueran marionetas.
Jorge era bastante mayor que Noelia (que es el nombre que elegí para la hermosa mujer) y de más está decir que cuando el vasco se enteró del noviazgo le prohibió que volviera a verlo. Por supuesto que Noelia hacía honor a su ascendencia vasca y en vez de obedecerle transformó la relación en una sucesión de encuentros clandestinos. Y para mantener contento a su padre, o para ser más preciso, para distraer su atención, empezó a pasar largas horas frente al piano y llegó a dominar perfectamente las técnicas aunque nunca pudo imprimirle sentimiento a su música.
Es una lástima que sus labios dibujen ahora ese gesto amargo. Era tan alegre, tan puro movimiento en aquel entonces. Seguramente su alegría empezó a apagarse el día que se enteró del embarazo. Por muy independiente que quisiera ser, la época de su juventud era otra. Calculen que ella ahora tendrá setenta años. Calculen que en su época, por liberal que se pretendiera ser, no resultaba fácil mostrar con naturalidad un embarazo. Y estoy en condiciones de decirles que su alegría se terminó de apagar cuando vio la reacción de Jorge al contárselo. Sintió que era la primera vez que él se mostraba como realmente era y a ella no le gustó. Entonces decidió no verlo más.
Después del aborto no tocó más el piano. En su casa nadie podía entender su repentino desinterés por la música. Es que nadie se había enterado de lo ocurrido, sólo una tía soltera apenas unos años mayor, que la había ayudado.
Cuando murió su padre, sin las presiones para que fuera una gran concertista, volvió al piano. Se dedicó a dar clases mientras creaba un mundo de irrealidades alrededor de Jorge.
Habían pasado veinte años. Una tarde volvió a encontrarlo. Ella salía de una farmacia y él entraba. Sus cuerpos casi se rozaron. Se sintió tan confundida que ni lo saludó. Intentó escapar pese a no saber si él la había reconocido. Las piernas le pesaban y un golpeteo indomable le sacudía el pecho. Él la alcanzó y la invitó a tomar un café. Ella aceptó.
Noelia veía las arrugas y las primeras canas de Jorge. También estaba más gordo y había perdido aquella pasión al hablar. Le contó que se había casado pero le aseguró que nunca había podido olvidarla, y le propuso que se siguieran viendo. Ella se negó. Tenía miedo de que todo fuera una mentira. Tenía miedo de embarcarse en nuevos sueños. No quería volver a sufrir y se negó.
Pasaron otros veinte años. Anoche a las once Noelia se despertó sobresaltada y con un dolor muy agudo en el pecho. Le costó un buen rato recuperar el ritmo normal de su respiración. Por un momento pensó en llamar al médico pero decidió esperar sentada en la cama, quieta, hasta que se le pasara. Después volvió a dormirse.
Esta mañana se levantó y preparó su desayuno. Mientras untaba con manteca y miel una tostada, vio un pequeño recuadro en el diario que informaba sobre la muerte de Jorge ocurrida a las veintitrés del día anterior. Desde entonces no se escapa de su boca ese gesto de amargura y esa inquietud de sus manos que no dejan de arreglar el pelo, revolver el azúcar del cortado y jugar con el ticket, sin comprender que debería sentirse feliz por lo sucedido anoche. Antes de morir, él pensó en ella y se lo hizo saber.


Cuento del libro “DOMINÓ” de Alicia Cámpora - YAGUARÓN EDICIONES- 2004