EN EL SEGUNDO C

(Publicado el 03 de marzo de 2011, al cumplirse el 3er. aniversario de la muerte de Alicia)


Mi descubrimiento fue casual. Tan casual como la manera en que había llegado al edificio. Venían apremiándome el dinero y el vencimiento del alquiler donde vivía, que en cualquier momento se iba a convertir en desalojo. Estaba en época de exámenes así que me resultaba imposible disponer de las pocas horas que tenía libres para gastarlas en recorrer la ciudad. Por eso, cuando llegué a ese edificio, caro, pese a que no dejaba de ser un palomar con algunos detalles de categoría para disimularlo, no hice más que agarrar viaje.
La noche que descubrí aquello yo volvía del cine. Me había cansado de estudiar toda la tarde y había decidido salir un poco con la intención de dejar que el aire fresco golpeara mi cara.
El palomar, como decidí llamarlo, tenía ocho pisos y a los dos días de llegar me di cuenta de que había sido una suerte conseguir en el cuarto porque el ascensor vivía descompuesto. El portero, una mezcla extraña de gallego y siciliano, de voz gangosa y grave, y permanente ceño fruncido, siempre tenía la excusa lista para justificar al tipo que se encargaba de arreglarlo. Qué quiere que haga, cobra barato y tiene mucho trabajo. Si busco a cualquier otro, en el momento de pagar el administrador y ustedes me protestan, explicaba sin muestras de cansancio, a cuantos se acercaban a pedir explicaciones. ¡Barato!, le dije casi comiéndomelo con cada vocal y consonante que pronunciaba. Sí, barato, ¿usted tiene idea de cuánto están cobrando? Además es un hombre de confianza y como es amigo mío siempre que ... Como es amigo mío, el curro lo hacemos juntos, le faltó decir.
Mientras subía corriendo la escalera pasé junto a una mujer de edad indefinida pero que indudablemente tenía el pelo teñido. Hago esta aclaración nada más que para hacer gala de mi habilidad para reconocer a las rubias teñidas.
Cuando iba atravesando el palier del tercer piso, escuché unas llaves abriendo uno de los departamentos del segundo. La rubia llegó a destino, pensé. Era la tercera o cuarta vez que la encontraba pero ella daba muestras explícitas de no haber reparado en mí. Aunque no sé si su comportamiento variaba con los demás porque por más antipática que fuera me pareció notar cierta preocupación y angustia en su cara. Vive sola, me había dicho una vez el portero. Es medio rara. A veces viene un tipo a visitarla. Nadie pudo verlo nunca, ni yo, y mire que me paso horas y horas abajo, pero lo único que le conocemos es la voz. Mi mujer no la puede ni ver, seguía diciendo el portero, dice que bajo su aspecto de señora y su aire formal se encubre algo. No hay quién le saque la idea. Yo le digo que lo importante es que jamás nos dio ningún problema. Además no está casi nunca. Trabaja todo el día y antes de la diez de la noche no aparece por acá. ¿A la mañana sale temprano, no?, le pregunto sin saber por qué diablos me demoraba con ese tipo. Y cuando terminé de pensar esto me di cuenta de que era él quien siempre me daba charla y me contaba cosas de esa mujer, como queriendo despertar mi curiosidad. Sí, antes de las siete ya está en la puerta del edificio. La pasa a buscar una compañera de trabajo, me aseguró el portero el miércoles a la tarde. Me acuerdo que fue el miércoles porque yo había pedido el día en el trabajo para poder estudiar.
El jueves me pareció escuchar la voz del portero en el departamento de la mujer, pero en seguida me acordé de que su amigo también tenía una voz ronca. La señora tiene visitas temprano, pensé con una sonrisa maliciosa suponiendo que nadie podía llegar de visita a una casa antes de las siete de la mañana. También pensé hacerle el comentario al portero, pero cuando salí no lo encontré.
Cuando volví a casa después de comprar cigarrillos, el ascensor seguía descompuesto, aunque había un tipo arreglándolo. Subí por la escalera. Al pasar frente al segundo empezó la historia que realmente quiero contar. Esta historia que en su momento viví ingenuamente, sin pensar que más tarde me llevaría a un destino casi irrisorio si no fuera tan cruel.
Repito, cuando pasé por el segundo C vi que la puerta estaba entreabierta, y escuché unos sollozos. Amparado en la penumbra del palier, me fui acercando. Cuando estaba casi pegado al espacio de luz, escuché la misma voz ronca de un rato antes. Sólo que parecía furiosa. Insultaba y hacía acusaciones. Amenazaba. Prometía venganza, un futuro problemático y vergonzoso. Los pasos alejándose me animaron a acercarme más y hasta me atreví a empujar la puerta para ampliar el ángulo de visión. Entonces pude ver ropa tirada por todos lados y adornos estallados por el piso. También vi una manga de camisón que subía y bajaba acompañando el ruido de la persiana. El pelo rubio teñido me hizo comprender que la propietaria de esa manga era la mujer.
Al silenciarse el ruido noté que la habitación quedaba más iluminada. La voz nerviosa de la mujer pronunciaba amenazas. No tuve tiempo de sacar conclusiones porque un grito desgarrado y una estridencia de cristales me sacudieron. No transcurrieron ni dos segundos para que la voz ronca y su sombra pasaran junto a mí, casi rozándome. Al entrar al dormitorio vacío cayeron los últimos pedazos de vidrios que habían quedado adheridos al marco de madera.
Salí del departamento y bajé rápidamente. Lo mejor sería avisarle al portero. Al llegar a la planta baja me sorprendió encontrarlo sin su habitual ceño fruncido llamando a la policía. Y me sentí un idiota preguntándole atropellado e ingenuo, ¿vio lo que pasó?. ¿Y usted dónde estaba para enterarse tan rápido?, me preguntó a modo de respuesta, con una voz acusadora que me paralizó.

Cuento del libro “DOMINÓ” de Alicia Cámpora - YAGUARÓN EDICIONES- 2004