Tendría que haberla amado

Publicado en  Revista FLOP
Martes 24 de Mayo de 2011
María Laura Flores nos envía un homenaje a Alicia Cámpora, fallecida en el año 2008, recordada escritora nicoleña quien fuese autora de libros como "El espejo de Rosaura Acevedo", "El extraño envoltorio del Loco Pablo" y "Dominó", por citar algo de su larga obra.

Tendría que haberla amado
Subjetivo homenaje a Alicia Cámpora
Por M. Laura Flores
Escribir es estar descompuesto escribe Pablo, y cómo no voy a creerle; lo pienso mientras espero el café y en la mesa de al lado, un muchacho se engulle dos empanadas. Las empanadas le quitan el romanticismo literal a cualquier poema, pero escribir es estar descompuesto. Escribir es una forma de no existir, o existir en el silencio; en ese rincón tenebroso a donde nos lleva el alma cuando sobre la planta de los pies se posa la lucidez, la sagacidad de las palabras bien puestas.
Alicia es la mujer más hermosa que conocí en la ciudad. Siempre me la encontré sentada, o leyendo, y pocas veces caminando por las calles.
Quería escribir sobre ella y descomponerme, apretar los huesos sobre los pulmones y arrojarle lo que nunca podría decirle. Pero escribir es una forma de no existir, entonces escribo, desde la lejanía del cuerpo y con la cercanía que siempre da lo que se sospecha anónimo. Ahora mismo no existo, entonces escribo que a Alicia tendría que haberla mirado con los ojos despiertos. Con los ojos mojados. Impregnados de simplicidad. Empapados de frío. Porque hacía frío la primera vez que la vi, ya no recuerdo donde. Pero Alicia me enamoró la última vez que nos cruzamos, en un patio de glicinas, una noche tibia que podría haber sido eterna. (Las noches eternas siempre son suposiciones, cálculos que desbordan la complejidad de la permanencia; nunca quedan mal para un poema).
Ahora me digo que tendría que haberla amado cuando la miraba. Amado y recogido su cuerpo después de haberla mirado. Tendría que haberla abrazado con la boca muerta. Abrazado y recorrido cada una de sus palabras. Tendría que haberla corrompido desde la fugacidad de la existencia. Tendría que haberla amado, sencillamente.
Pero aquella noche, que podría haber sido eterna, fue tan fugaz como el último beso. Un beso desconocido, incierto, fugitivo, un beso sin documentos. Un beso en donde ni yo misma reparé, tan cordial como la propia amabilidad.
Este silencio desde donde escribo es apenas una palabra. Es un no existir desde la declaración de la escritura. Esta mudez es un abecedario inconcluso. Un ajedrez para siempre (como lo complejo de la eternidad). Y entonces ¿serán eternas sus manos? ¿en dónde estará escribiendo? ¿en dónde estará amando? ¿a quién le estará diciendo que "toda esa gente que pasa a mi lado tiene una historia digna de conocer"?.
Esa noche me enamoré como quien respira, como quien saluda. No me di cuenta hasta después que tendría que haberla disfrutado y escuchado hasta que ardieran los sonidos. Una cierta inmovilidad me atrapó desde la planta misma de los pies, pero entonces mis latidos eran iguales a los de cualquier noche, mi cuerpo era igual. Nada me alertó sobre el sentimiento futuro: este amor tan dócil, tan pasajero, tan a destiempo.
Fue como descubrirla en un cualquier páramo, desnuda y sola; y que me pregunte lo mismo "¿sabés lo que es estar en un páramo, desnudo y solo?". Y la respuesta continuaría el poema "que te arranquen la piel, que te descubran el alma, que no te comprendan, que huyan de vos".
Comprendí a Alicia cuando ya no estaba, cuando ya todo su cuerpo se había fugado de mis ojos, pero me quedó la desnudez de sus cuentos y poemas, y desde allí pude enamorarme.
Sin embargo vuelvo a aquella noche de la última vez, y, lo sé ahora, tendría que haberle dicho algo, una minima palabra que marcara mi silencio y surcara ese breve espacio que nos alejaba (o nos acercaba desde nuestro mutuo desconocimiento). Sé entonces, que lo único eterno, es la ausencia.
Pero yo tendría que haberla mirado con los ojos vivos. Tendría que haberla abrazado con el cuerpo quieto. Tendría que haberla amado, naturalmente.

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