EL PÁRAMO-

de ALICIA CÁMPORA


-¿Sabés lo que es estar en un páramo, desnudo y solo?
-Sí que lo sé, casi te diría que es mi estado natural
-¿Vos?
-Yo
-Andá, qué decís
-Que sé lo que es estar en un páramo, desnuda y sola, que te arranquen la piel, que descubran tu alma, que no te comprendan y que huyan de vos.
-¿Quién podría arrancarte la piel?
-Quizás yo misma
-¿Y por qué querrías hacerlo?
-De sádica nomás.
-¿Vos sádica?
-O masoquista
-¿Vos masoquista?
-O autodestructiva
-Quién me iba a decir.
-¿A decir qué?
-Que eras autodestructiva
-Parece que sí
-Parece
-¿Parece?
-¿Cómo saberlo?
-Preguntándoselo
-Esto es muy fácil. Decirlo, claro.
-O muy difícil respondérselo.
-En eso estoy de acuerdo
-¿En qué?
-En que es difícil respondérselo, por varias razones
-¿Varias? Creí que había una sola.
-Varias.
-¿Cuáles serían las varias?
-Miedo.
-Qué más.
-Orgullo
-Qué más
-Mirada errónea sobre la realidad.
-Qué más
-¿No son suficientes?
-¿Para qué?
-Para pensar.
-Estoy cansada
-¿De qué?
-De pensar
-¿Por?
-Porque no hago otra cosas en mis días.
-¿Y?
-¿Y qué?
-¿Y qué pensás?
-En todo
-Es muy amplio
-Todo es una sola cosa
-No me parece.
-¿Por?
-Porque todo pareciera ser muchas cosas.
-Depende
-¿De qué?
-De donde se lo mire
-¿Y vos desde dónde lo mirás?
-Desde mis vivencias.
-¿Qué vivencias?
-Las de todos los días.
-¿Y cuáles son?
-Como si no supieras.
-Quiero saber si son las que pienso
-Seguro, soy de lo más vulgar
-¿Vulgar?
-Sí, vulgar
-¿Por?
-Porque sí, porque me pasa lo que a todos.
-¿A quiénes?
-A la gente
-Qué gente
-La que anda por las calles.
-¿Vos la ves?
-¿A quién?
-A la gente.
-Claro, no hago otra cosa que verla
-¿Y cómo la ves?
-¿A quién?
-A la gente.
-En un páramo, desnuda y sola

EL PECADO DE NANI

Se levantó y fue derecho al baño. Se lavó la cara, se la secó y se miró en el espejo. Cuándo vas a aprender, Nani. De dónde sacaste que tenías que decir todo lo que pensabas. ¡Pobre Nani! Cuánta ingenuidad. Por qué será que no podés callarte una sola vez, al menos, alguna parte de todo lo que pensás ¡Ay Nani!, cuánta ingenuidad. ¿Todavía no te diste cuenta cómo son las cosas? Cada uno tolera lo que tiene ganas de oír, Nani querida, se dijo mientras intentaba desparramar su maquillaje con dedos nerviosos. Lo que menos ganas tiene todo el mundo, aún vos, Nani, es que alguien se le pare enfrente y le diga lo que no quiere oír ni ver. ¿Te das cuenta?, se preguntó una vez más. Y como si hubiera logrado convencerse a sí misma, hizo una sonrisa a quien tenía en el espejo y salió decidida. Los tacos resonaban en toda la casa. Fue y vino con alegría, fue y vino sonriente, diciendo a todo que sí, bah, a todo no, había cosas que no podía hacer, pero bueno, conseguía de algún modo cumplir la autopromesa porque si el sí no salía de su boca, la que no ponía tanta resistencia era su sonrisa, y la mirada lánguida y anodina que ocultaba la lucha de demonios que llevaba en su interior. Un buen salvoconducto la sonrisa, y también la languidez de su mirada. Así manejó la situación durante varias semanas, y cuando sentía que las fuerzas le flaqueaban y que estaba a punto de deshilvanar cada una de las cosas que pensaba, corría al baño y se decía, mirándose en el espejo, ¡Ay Nani! ¿De dónde sacaste que tenías que decir todo lo que pensabas, de dónde sacaste que te van a perdonar que digas lo que no quieren oír. A los dos meses de corridas hasta el espejo y palabras a esa que la escuchaba, en varias oportunidades sintió flaquear sus fuerzas. Y las fuerzas le flaqueaban porque su naturaleza era otra y porque aunque parezca fácil no lo es tanto eso de coordinar razón y sentimientos. Pero claro, había un hecho muy concreto y real que la animaba lo suficiente, estaba obteniendo excelentes resultados con esos silencios programados. La armonía se deslizaba por pisos y paredes y era bueno, ella sentía que eso era bueno, acogedor, que la liberaba de tensiones. Pero claro, esa tarde le fue más difícil que nunca. Esa tarde que tuvo que escuchar tantas mentiras y enfrentarse a esa hipocresía, le resultó muy difícil mantener su cara de escultura sonriente y de ojos prácticamente vacíos. Y se desesperó, se asustó, no quería que la armonía dejara de deslizarse por pisos y paredes, no quería explicaciones confusas e innecesarias, no quería nada de eso otra vez, y entonces corrió hasta el baño, se plantó frente al espejo, se miró fijo, amenazadora, hasta que la otra cara, la que tenía frente a ella, con el índice acusador le dijo, ¡Ay Nani! No era para tanto, tendrías que saber que hay un fino límite, que traspasarlo es quebrar el equilibrio. Y cuando la otra cara terminó de decir esto y la mano bajó el dedo acusador, el espejo se quebró.



Alicia Cámpora

LA SOMBRA II

La sombra se proyectó sobre la casa y la dejó en tinieblas. Tan profunda. Tan negra. Tan sádica bajo su máscara.
La sombra no se conformó con tragarse la luz, y entonces también se tragó el aire. La sombra de la muerte y la sombra de la vida. Como una patética conjunción de los contrarios.
Nani levantó hasta el tope las persianas, con desesperación. Buscaba un rayo de luz. Tan ingenua era.
La sombra penetró por el mayor espacio de las ventanas y se apropió de todos los rincones. Se apoderó de la totalidad de la casa. Pero, por supuesto, nunca pudo conocer el sol. Se apoderó de toda la casa, decía, sí, pero... por cuánto tiempo. Se sintió triunfadora. En su ignorancia ni se le ocurrió pensar que no existe sombra sin sol. Es por eso que tapó todos los agujeros, cerró, clausuró todas las ventanas para que ni un mínimo de luz pudiera penetrar, y ser ella, sola, la sombra, marchita, triste, la reina. Pero no, pobrecita, no, esa sombra se fue muriendo.
Ya lo dije, no existe sombra sin sol. Y entonces fue desapareciendo, se acabó en la oscuridad de la casa, y las paredes se cubrieron de blanco, y amarillo, y el olor a tilos llegó a nosotros y el sol nos curó, y a ella, la expulsó para siempre.

LA SOMBRA I

La sombra se proyectó sobre la casa y la dejó en tinieblas. Tan profunda. Tan negra. Tan sádica bajo su máscara.
La sombra no se conformó con tragarse la luz, y entonces también se tragó el aire. La sombra de la muerte y la sombra de la vida. Como una patética conjunción de los contrarios.
Nani levantó hasta el tope las persianas, con desesperación. Buscaba un rayo de luz. Tan ingenua era.
La sombra penetró por el mayor espacio de las ventanas y se apropió de todos los rincones. Se apoderó de la totalidad de la casa. Pero, por supuesto, nunca pudo conocer el sol.