EL PECADO DE NANI

Se levantó y fue derecho al baño. Se lavó la cara, se la secó y se miró en el espejo. Cuándo vas a aprender, Nani. De dónde sacaste que tenías que decir todo lo que pensabas. ¡Pobre Nani! Cuánta ingenuidad. Por qué será que no podés callarte una sola vez, al menos, alguna parte de todo lo que pensás ¡Ay Nani!, cuánta ingenuidad. ¿Todavía no te diste cuenta cómo son las cosas? Cada uno tolera lo que tiene ganas de oír, Nani querida, se dijo mientras intentaba desparramar su maquillaje con dedos nerviosos. Lo que menos ganas tiene todo el mundo, aún vos, Nani, es que alguien se le pare enfrente y le diga lo que no quiere oír ni ver. ¿Te das cuenta?, se preguntó una vez más. Y como si hubiera logrado convencerse a sí misma, hizo una sonrisa a quien tenía en el espejo y salió decidida. Los tacos resonaban en toda la casa. Fue y vino con alegría, fue y vino sonriente, diciendo a todo que sí, bah, a todo no, había cosas que no podía hacer, pero bueno, conseguía de algún modo cumplir la autopromesa porque si el sí no salía de su boca, la que no ponía tanta resistencia era su sonrisa, y la mirada lánguida y anodina que ocultaba la lucha de demonios que llevaba en su interior. Un buen salvoconducto la sonrisa, y también la languidez de su mirada. Así manejó la situación durante varias semanas, y cuando sentía que las fuerzas le flaqueaban y que estaba a punto de deshilvanar cada una de las cosas que pensaba, corría al baño y se decía, mirándose en el espejo, ¡Ay Nani! ¿De dónde sacaste que tenías que decir todo lo que pensabas, de dónde sacaste que te van a perdonar que digas lo que no quieren oír. A los dos meses de corridas hasta el espejo y palabras a esa que la escuchaba, en varias oportunidades sintió flaquear sus fuerzas. Y las fuerzas le flaqueaban porque su naturaleza era otra y porque aunque parezca fácil no lo es tanto eso de coordinar razón y sentimientos. Pero claro, había un hecho muy concreto y real que la animaba lo suficiente, estaba obteniendo excelentes resultados con esos silencios programados. La armonía se deslizaba por pisos y paredes y era bueno, ella sentía que eso era bueno, acogedor, que la liberaba de tensiones. Pero claro, esa tarde le fue más difícil que nunca. Esa tarde que tuvo que escuchar tantas mentiras y enfrentarse a esa hipocresía, le resultó muy difícil mantener su cara de escultura sonriente y de ojos prácticamente vacíos. Y se desesperó, se asustó, no quería que la armonía dejara de deslizarse por pisos y paredes, no quería explicaciones confusas e innecesarias, no quería nada de eso otra vez, y entonces corrió hasta el baño, se plantó frente al espejo, se miró fijo, amenazadora, hasta que la otra cara, la que tenía frente a ella, con el índice acusador le dijo, ¡Ay Nani! No era para tanto, tendrías que saber que hay un fino límite, que traspasarlo es quebrar el equilibrio. Y cuando la otra cara terminó de decir esto y la mano bajó el dedo acusador, el espejo se quebró.



Alicia Cámpora

3 comentarios:

Nacho dijo...

Ojalá toda la gente rompiera sus espejos.

Me encanta tu forma de escribir.

Nacho (el nietecito bebé de Ana María).

Anónimo dijo...

Este es un pecado común, si algún pecado existe.
Hay que hacer estallar los espejos...Gracias, Ali, por ayudarnos a crecer.

deliteraturayalgomas-2 dijo...

La realidad de tus cuentos, Ali querida, siempre se torna mágica, como vos, que con tu magia, lográs estar siempre presente
betty