LA SOMBRA II

La sombra se proyectó sobre la casa y la dejó en tinieblas. Tan profunda. Tan negra. Tan sádica bajo su máscara.
La sombra no se conformó con tragarse la luz, y entonces también se tragó el aire. La sombra de la muerte y la sombra de la vida. Como una patética conjunción de los contrarios.
Nani levantó hasta el tope las persianas, con desesperación. Buscaba un rayo de luz. Tan ingenua era.
La sombra penetró por el mayor espacio de las ventanas y se apropió de todos los rincones. Se apoderó de la totalidad de la casa. Pero, por supuesto, nunca pudo conocer el sol. Se apoderó de toda la casa, decía, sí, pero... por cuánto tiempo. Se sintió triunfadora. En su ignorancia ni se le ocurrió pensar que no existe sombra sin sol. Es por eso que tapó todos los agujeros, cerró, clausuró todas las ventanas para que ni un mínimo de luz pudiera penetrar, y ser ella, sola, la sombra, marchita, triste, la reina. Pero no, pobrecita, no, esa sombra se fue muriendo.
Ya lo dije, no existe sombra sin sol. Y entonces fue desapareciendo, se acabó en la oscuridad de la casa, y las paredes se cubrieron de blanco, y amarillo, y el olor a tilos llegó a nosotros y el sol nos curó, y a ella, la expulsó para siempre.

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